martes, 8 de septiembre de 2009

Desaparecer lento por Enrique Beas

La idea simplemente me hace dividir mi ética, susurra mis líneas editoriales de credibilidad. Hago la aclaración porque esta no es una campaña en su contra, sólo he compartido con él dos entrevistas y unos 15 entrenamientos de la selección. No sé su accionar como persona, pero sí puedo juzgar su comportamiento y trabajo como futbolista profesional. Nació en 1976 en la provincia de Corrientes, Argentina. Debutó con el San Lorenzo, llegó al Monterrey y realizó lo que pocos extranjeros han hecho, se cargó al equipo a los hombros y los sacó campeones. Lavolpe con su eterna cantaleta puñetera de que no hay talentos en México pidió y pactó la naturalización del artillero argentino. A partir de ahí la historia es más conocida, falló en Alemania con la verde, fracasó con el Villareal y ahora no tiene equipo para jugar cada fin de semana. Pero ese no es mi tema, el meollo de toda esta palabrería es su festejo solitario, su cara al borde de la explosión cerebral, su mirada detonante de coraje deportivo, su gesticulación llena de rabia para una pelota que simplemente empujó, que hasta el jefe Rodolfo Vargas la mete con los ojos cerrados. Cada quien tiene derecho a festejar como quiera, ¡sin duda!, pero Franco lleva en el festejo la penitencia. Guardado metió una igual y le agradeció a Gio el medio gol que le puso. El Guille buscó su esquina, esa misma que idealizó en Nuremberg a un gol que no metió en el juego México vs Irán y que corrió tratando de demostrar sus llamados a su poca eficiencia y calidad cada que juega con la selección al desaparecer lento. ¡Bienvenidos, bienvenidos! Al mundo de los festejos del Guille Franco.


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