UNA CAMPANADA ENORME
hector.morales@eluniversal.com.mx
El Mundial de 1950 terminó con un ambiente de luto para el anfitrión Brasil. Habían preparado una fiesta, pero Uruguay les arrebató "su" campeonato en una de las mayores sorpresas en la historia del futbol: el Maracanazo.
La Segunda Guerra Mundial dejó al orbe herido y al deporte en un tercer plano. Entonces, Jules Rimet y la FIFA decidieron volver a fomentar el espíritu del futbol. La mejor manera era celebrar la primera Copa del Mundo tras el conflicto bélico. La máxima justa del balompié volvió a Sudamérica.
Los brasileños se prepararon para recibir la cuarta edición de la justa con la construcción del Maracaná, el estadio con el aforo más grande en su momento, ubicado en Río de Janeiro.
La ronda de clasificación para la justa se convirtió en una improvisación. Naciones como Bélgica, Francia, Portugal, Turquía y Austria declinaron la invitación por temor a hacer el ridículo, ya que consideraban a sus combinados demasiado frágiles.
A Alemania y Japón, derrotadas en la guerra se les prohibió participar y Argentina no asistió en represalia a la prohibición de la Confederación Brasileña de jugar con sus pares albicelestes. India tampoco se presentó porque no se les permitió a sus futbolistas jugar descalzos.
Así, sólo 13 equipos participaron. La anfitriona Brasil, Uruguay, Bolivia, Chile y Paraguay por Sudamérica; México y Estados Unidos en representación de la zona norte del continente y los europeos España, Inglaterra, Suecia, Suiza, Yugoslavia e Italia fueron repartidos en cuatro grupos: dos sectores con cuatro equipos cada uno; otro formado por tres escuadras y el último sólo con dos.
La Squadra Azzurra llegaba a la Copa del Mundo con el cartel de bicampeona, pero el accidente aéreo que sufrió el entonces todopoderoso Torino no sólo terminó con la vida de 10 de sus máximas figuras el 4 de mayo de 1949 en la tragedia de la Basílica de Superga en Turín, sino que abatió su ánimo, pese a la bendición del papa Pío XII.
El trauma italiano llegó a tal que su selección viajó en barco desde Nápoles hasta tierras brasileñas y sus futbolistas entrenaron en la cubierta. Una vez en la justa, los entonces monarcas quedaron eliminados en la primera ronda.
Brasil, no obstante, demostró desde el principio del torneo que estaba dispuesto a quedarse con su primer campeonato del mundo. Goleó en el primer encuentro a un débil México 4-0, empató con Suiza a dos y derrotó a Yugoslavia 2-0 para calificar al grupo final. España, Suecia y Uruguay también ganaron en sus respectivos sectores.
Ibéricos y suecos sólo acompañaron a charrúas y brasileños que se disputaron el título en el último partido. En ese Mundial no hubo una final, el ganador sería quien hiciera más puntos en el sector de la segunda ronda y los locales llegaron con la ventaja de que un empate ante los uruguayos les era suficiente para conquistar la Jules Rimet.
Llegó el que se pensaba sería el gran día, 16 de julio de 1950. Después de un primer tiempo sin anotaciones, el gol de Friaca, apenas dos minutos después del arranque de la segunda mitad, acercó a la verdeamarelha a su primera estrella, como las principales portadas de los diarios en Brasil ya habían adelantado.
Pero Uruguay decidió cambiar el guión final y marcar con huella indeleble la historia del futbol.
Contagiados por el espíritu de su capitán, Obdulio Varela, los charrúas le dieron la vuelta al marcador con goles de Juan Schiaffino al minuto 66 y a 11 del final, el portero local Moacyr Barbosa no pudo detener un disparo de Alcides Gigghia, quien decretó el Maracanazo con el 2-1 final.
El estadio más grande del orbe enmudeció, la tragedia anfitriona se consumó. "Es nuestra Hiroshima", rezó un periódico brasileño al día siguiente.
Todo terminó casi como estaba planeado. Los periodistas, fotógrafos, la banda de música en el campo y Rimet entregando el trofeo al único que no esperaban en la cita: Uruguay, que se consagró bicampeón del mundo ante la incredulidad del mundo.
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